En 1984, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) promovió a nivel nacional un concurso de teatro histórico para difundir la vida y obra de los personajes emblemáticos de cada uno de los estados del país; por Sinaloa (representado por Difocur), se eligió la figura de Rafael Buelna Tenorio. Óscar Liera recién había entrado a trabajar a la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) como promotor cultural en la Ciudad de México, de modo que tenía un pie en la capital mexicana y otro en su querido Culiacán de las maravillas. 1984 fue un año de satisfacciones y logros para Óscar y el Taller de Teatro de la UAS (Tatuas): en abril se organizó la Primera Muestra Regional de Teatro del Noroeste, con la que literalmente se puso la primera piedra de que se denominaría teatro regional; en junio, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) estrenó Repaso de indulgencias, bajo la dirección del maestro Héctor Mendoza, donde además Óscar era parte del elenco; en junio-julio, el dramaturgo escribió -y estrenó con el Tatuas- El Jinete de la Divina Providencia, obra que fue llevada a la VI Muestra Nacional de Teatro con gran éxito, y con la que en septiembre representó a México en el VI Festival de Manizales, Colombia, donde fue aclamada por la crítica y el exigente público colombiano. En noviembre de este impetuoso año redirigió Las Juramentaciones, de su autoría (con actrices de la Ciudad de México), para develar la placa de las 300 representaciones en el Teatro del IMSS de Culiacán, que hoy lleva su nombre. Los develadores fueron don Pedro Carreón y Miguel Tamayo, este último a cargo de la escenografía. Y así vivió Óscar la intensidad de 1984, entre clases en la UNAM, ensayos con el maestro Mendoza, viajes México-Culiacán-México, ensayos con el Tatuas y giras nacionales e internacionales.
En este maremágnum de trabajo y creatividad Óscar escribió también El Oro de la Revolución Mexicana, y participó en el concurso en cuestión, cuyo personaje protagónico era Rafael Buelna Tenorio. En las bases de la convocatoria se establecía que Difocur, además del premio en efectivo, también montaría la obra que ganara el certamen, asunto que abordaremos al final del presente escrito.
Liera tenía muy presente la idea de escribir un teatro que hablara de los avatares de Sinaloa, de su gente y tradiciones, que por diversas razones habían quedado en el olvido; y no desaprovechó la oportunidad que le brindaba la convocatoria del INBA y Difocur para referirse a uno de sus personajes predilectos, pues consideraba que no se le había valorado en su justa dimensión respecto a su participación en el movimiento revolucionario que en el estado tuvo su origen en las elecciones entre José Ferrel y Diego Redo, en 1909, y en las que se dio el triunfo a Redo mediante un fraude electoral, que precisamente fue impugnado por Rafael Buelna, siendo su primer acto de rebeldía y que le costó ser expulsado del dilecto Colegio Civil Rosales.
Óscar admiraba profundamente a Buelna por su valor, y además lo consideraba entre los pocos personajes de la Revolución con una integridad y honestidad a toda prueba.
Al respecto, en febrero de 1985, le comentaba a Carmen Aída Guerra, de El Sol de Sinaloa:
La figura del General Rafael Buelna Tenorio, ´El Granito de Oro´, no ha sido suficientemente exaltada en su tierra natal, Sinaloa, y en su terruño Mocorito […] tampoco se le menciona en su exacta dimensión como estratega, valiente y gran luchador idealista[…] ¿y cómo no había de ser un rebelde y un inconforme Buelnita? si existía una gran represión contra el pueblo, una gran diferencia de clases, de privilegios hacia los poderosos, de crímenes políticos, de fraude electoral y estaba anulada la libertad de expresión.
Para Óscar, escribir El Oro de la Revolución Mexicana, significaba en cierta forma rendir homenaje a Rafael Buelna y al mismo tiempo contar de manera didáctica la Historia de la Revolución en Sinaloa, pero también sobre los acontecimientos que a nivel nacional se estaban desarrollando, esto es, una especie de microhistoria, ya que a través de un personaje local dibujó lo que ocurría en la entidad, y al mismo tiempo amplió la mirada respecto al acontecer revolucionario en el resto del país y las repercusiones que habría de tener en el derrotero de la lucha de Buelna.
La otra vertiente temática de esta obra fue la denuncia, esto es, hacerse de acontecimientos del pasado para evidenciar que en aquel Sinaloa y en aquel México de 1984 el fraude electoral era algo recurrente, por no decir que cotidiano. Liera nos dijo, a través de su obra, que la Revolución había sido desvirtuada y que las causas que propiciaron su estallamiento eran las mismas que se vivían en el Sinaloa de finales del siglo XX.
Como se dijo anteriormente, Difocur estaba obligado a presentar la obra, cosa que no ocurrió, pues el premio otorgado a Óscar Liera cayó como un verdadero balde de agua fría sobre las autoridades estatales, y les resultaba hartamente difícil felicitar o reconocer a quien habían censurado, y a su vez éste las había evidenciado por la censura de que había sido objeto la obra La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón, en los foros nacionales e internacionales en los que el Tatuas participó. Los funcionarios gubernamentales incluso guardaron silencio cuando se les notificó quién había resultado ganador. Óscar se enteró vía telefónica por las autoridades de la Coordinación Nacional de Teatro del INBA. Al cumplirse el plazo estipulado para que Difocur escenificara la obra, cosa que nunca ocurrió, Óscar recuperó los derechos y la presentó el 20 de noviembre de 1986.
En conferencia de prensa para dar a conocer el estreno, a pregunta expresa sobre el nombre de la obra, Óscar le contestó a Benigno Aispuro:
Finalmente terminaron por desvirtuar la Revolución de tal modo que en vez de llamarse ´El oro´… debería llamarse ´El Loro de la Revolución´ porque sólo ha servido para nutrir los actuales discursos demagógicos.
El Oro… es una obra tan vigente, como cuando se escribió hace 32 años; a mi juicio, por dos razones fundamentales:
Primera. Porque Óscar supo manejar el carisma del personaje para envolverlo en la magia del juego dramático donde cobra una dimensión inusitada; ciertamente nos proporciona, a través de Buelnita, una necesaria dosis de historia de bronce para reforzar nuestro mundo simbólico e identitario, obsequiándonos una obra didáctica de la historia de la Revolución en Sinaloa, que quedará para las generaciones venideras.
Segunda. Óscar, como ya se mencionó, siguiendo la técnica brechtina (Bertold Bretch), nos habla del fraude electoral de 1909 en Sinaloa para criticar los fraudes de los 80s del siglo XX de nuestro estado y el resto del país. Hay que recordar que, en aquellos tiempos, emerge la carismática figura de Manuel Clouthier del Rincón como el principal impugnador de procesos electorales plagados de irregularidades. Recuerdo que Clouthier fue a ver El Oro de la Revolución al callejón Rosales, dejando su carro como a una cuadra del lugar de la escenificación de la obra; y al término de la misma, se encontró con las cuatro llantas del carro ponchadas, pues habían sido tasajeadas a navajazos frente al actual Instituto del Deporte. Así era el ambiente de crispación que se vivía. No había IFES o INES, ni tribunales. El PRI ganaba o ganaba. Hoy se puede recurrir a los tribunales a exigir el reconteo y otros recursos más, como lo estamos viendo en Sinaloa y en varios estados donde hubo elecciones. Esa sería la diferencia sustancial de lo que ha cambiado en relación a lo que ocurría en el contexto en el que El oro… se escribió; lo que no desaparece es la chapuza que tanto irritaba a nuestro autor dramático.
Dice “Nacha”, uno de los personajes de la obra:
– A lo largo del estado la emoción crecía, las manifestaciones, los mítines, los discursos se multiplicaban. Los proyectos aparecían por todas partes, las promesas de mejoras y el juramento de hacer unas elecciones limpias estaban a la orden del día. Y llegó el día de la votación y como siempre sucede –!ay, señor síndico, qué bueno que está allí sentado!–, !como siempre sucede!, se hizo chapuza, y en la declaratoria oficial, a pesar del evidente triunfo de los liberales se dio la victoria a Diego Redo. Eso a lo cual todavía no podemos acostumbrarnos, señor síndico, se llama fraude electoral.
Esa propensión a la trampa, al carrusel, al relleno de urnas, a la intimidación, a la compra de votos, sigue presente; es decir, las malas artes como medio para ganar; o para decirlo en dos palabras: la corrupción es lo que persiste, lo que no desaparece. Entiendo, como dicen los historiadores, que es un fenómeno en la larga duración que proviene de siglos atrás y resiste cambios institucionales, y durará quién sabe hasta cuándo. Pero por lo pronto, El Oro de la Revolución Mexicana, de Óscar Liera, sigue tan orondo como la puerta de Alcalá, o más bien como nuestro Monumento a la Revolución Mexicana en la ciudad de México: viendo pasar el tiempo. En espera de tiempos mejores.