Yo tengo fantasmas. Todos tenemos fantasmas. A diario, cuando nos despertamos al amanecer, se levantan junto con nosotros. Y cuando nos acostamos, también ellos nos acompañan en la cama. En nuestras vidas existen fantasmas amigables, y por supuesto los detestables, los que nunca quisiéramos que hubiesen existido. Pero allí están los recuerdos y las experiencias, pegados a los huesos tan similares como la piel, y que por mucho determinan cosas, situaciones, personas y partidos cuando nos llega la hora de elegir. Hay en este país demasiados sucesos que me parecen definitivamente abominables, y que de repente me han hecho avergonzarme del gobierno que nos mandamos, como la terrible desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y la repugnante existencia de la “Casa Blanca” de Angélica Rivera, hechos que podrían influir para no cruzar el logotipo a favor del PRI en una boleta electoral. Pienso en la verborrea estúpida de Vicente Fox y concluyo que él es nuestro “Donald Trump” mexicano; entonces giro el recuerdo hacia otro personaje del mismo partido que llevó a aquél a la presidencia del país, e inevitablemente caigo en la figura de Felipe Calderón y su macabra estela de los 100 mil muertos que heredó a México por su imbécil guerra contra el narcotráfico, y digo que es muy posible que tampoco votara por el PAN. ¿Y la izquierda? Justo ahora recuerdo a don Heberto Castillo, el que tenía un sol por corazón, y quien desde las trincheras del Partido Mexicano de los Trabajadores (el único partido al que me he afiliado) decía que uno se alineaba hacia la izquierda: por convicción, o por necesidad. Intento aplicar esta máxima a los que lideran el PRD, por ejemplo, y las cuentas no me salen, más desde que abandonó sus filas el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; e intento distinguir el panorama en lo local, donde no logro entender la incoherencia de algunos políticos perredistas que, quizá por amor al billete, siguen enquistados en el gobierno de Mario López Valdez. Y sin embargo, pese a todo, pese a ellos y todas las frustraciones, el domingo 5 de junio de 2016 me levantaré temprano (con todo y mis fantasmas), tomaré mi credencial de elector e iré a la casilla que me toca. Con esto quiero decir, y digo, que si he de seguir abriendo la boca para expresar lo que me gusta y lo que no -respecto a los gobiernos y sus decisiones-, primero debo hacerme de autoridad moral, y yo me envisto con esa autoridad al momento de cruzar la boleta, independientemente de a quién elija. Así que, pues, digo yo que para hablar con peso hay que elegir primero, aunque uno se equivoque. ¿O qué dice usted, oiga?