ESTA VEZ CULIACÁN ME DA VERGÜENZA

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Miras el teatro griego del Parque Culiacán 87 y haces un esfuerzo para que no se te note la risa. Aprietas los labios y frunces el ceño para no soltar la carcajada, pues sabes que al final de cuentas te estarías riendo de tu querida ciudad y sus alardes de modernización, avenida Álvaro Obregón incluida. También sabes que aquel parque ya no se llama así, pero te vale un huevo de pato y la madre que lo parió porque tú llevas en mente al teatro griego en pleno apogeo y de cuando era libre y de cuando era de la gente, en una época en que a todo el conjunto le decían Culiacán 87 e ibas a ese espacio jalado por el hilo de la cultura. Recuerdas eso y te muerdes el labio de abajo con los dientes de arriba para no reírte, caramba, de lo imbécil que se puede llegar a ser, de la brutalidad de una ciudad que le cedió a la milicia uno de sus espacios culturales de mayor dimensión. Te sientes confundido. Intentas comprender la cosa, pero no puedes. Tus lecturas, tus experiencias intelectuales, la educación, la historia y todo lo demás te dicen que eso es una contradicción, una soberana estupidez y una muestra de que la cultura en realidad no le importa a nadie, a ningún político y a lo mejor ni a ti. La otra vez te quisiste acercar a ese teatro para asomarte a tus recuerdos, como por ejemplo a aquella vez de hace casi 23 años cuando muchos acudimos al llamado nacional bajo la consigna Todos con Amparo, intentando solidarizarnos con Amparo Ochoa, quien libraba una lucha contra el cáncer y sin ningún quinto en la bolsa. Pero esta vez no te dejaron asomar el ojo, no te permitieron ni siquiera meter la jeta entre el follaje, impedido por un militar con una sonrisa como de escualo hambriento y con su rifle de asalto para darte matarile, si fuera necesario, supones. Pero eso no frenó los impulsos de la memoria y te gustó dibujar la figura de Tania Libertad cantando aquello de Alfonsina y del mar y de la blanda arena, también a Óscar Chávez con eso de Mauricio Babilonia. Te viene a la cabeza el nombre de Los Folkloristas, que igualmente estuvieron en ese festival, y guardas silencio por la muerte ya vieja de René Villanueva, uno de sus más entusiastas y comprometidos integrantes. Hubo allí otros artistas y te da escalofríos concluir que también ya están muertos, como Tehua y Marcial Alejandro. Se murieron, igual que Amparo. Se murieron, igual que el teatro griego del Parque Culiacán 87. Sabes que desde hace mucho traía a la calaca descarnada pisándole la sombra, que se ufanaba por la enfermedad de descuido y desdén que le fue inyectando cada político, cada administración y cada presidente. Ya era un nido de vagos cuando de repente, zas, en un dos por tres -los del gobierno, en reunión- con platos de embutidos enfrente y edecanes monísimas atrás, decidieron que sí, ándale, cómo no se nos había ocurrido que esa cosa fea pudiera convertirse en refugio militar y policiaco; qué tipo de asesores tenemos, pues, que no nos habían dicho que invertir en cultura sí es de utilidad. Y a partir de entonces es que tú, valedor de huevos de pato, empezaste a ver calzones diminutos y del estilo bóxer secándose en los graderíos del teatro, vuelto vecindad de cuartería con catres para descanso de los soldaditos con plomo y de la Marina; y vuelto pista de aterrizaje y resguardo -en este caso el área de enfrente del teatro, que es enorme- para los helicópteros que sobrevuelan Culiacán en la idea de que ningún narco se pasee por sus túneles como Pedro por su casa. Pero ningún narco, casi lo juran por Dios. Ay, algún día se irán esos militares, pensaste hace poco, mas sin embargo acabas de ver que cercaron con vigas y alambreras el perímetro del teatro griego; y no siendo suficiente, colocaron un letrero que muy clarito dice: “Prohibido el paso, área restringida”, que tú lees como Prohibida la cultura, Prohibida la creatividad, Prohibida la gente, Prohibida la diversión y Prohibida la paz porque estamos en guerra. Bah, qué es lo que te detiene: ¡ríete, caramba!, carcajéate de esta ciudad imbécil y de sus políticos y de su presidente. Ríete de la gente que lo permite. Ríete de ti mismo. Relájate. Te juro que no me voy a burlar, prometo respetar tu conclusión de que tanto quieres a Culiacán como te avergüenzas de ella. Y no sólo lo prometo, sino que lo comparto. Anda, vamos a caminar por el Parque Culiacán 87, que el ejercicio es bueno cuando abundan las tensiones. Pero no circulemos cerca del teatro griego. No sea que nos maten. Y punto.

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