Alguien iba a dar la tercera llamada, querida, y justo en ese instante, el pianista, tocaría el principio de la intrigosa 5a Sinfonía de Beethoven, eso que suena como cha cha cha channn, pero tú no aparecerías, querida, y aquél, en un intento por salvar la escena frente al público, pero sobre todo para ridiculizarte, le daría a la tecla con El Vals del minuto, de Chopin, asunto que te molestaría y te haría gritar desde bambalinas: ¡Un minuto, un minuto, filarmónico! ¡Ya bájale a tus humos de «Chopín»! Luego de unos segundos, toda gloriosa y estrafalaria, igualito como Bette Midler en su papel de «La Rosa» en la escena donde se baja del avión, te dejarías ver y entonces el del piano cambiaría de súbito a la Marcha triunfal, de Verdi; y tú, despampanante, lanzarías besos al público y querrías caminar, pero serías traicionada por uno de tus zapatos, algo así como una doblada de tobillo; y darías pasos, pero rengueando, de lo que se aprovecharía el músico para tocar aquello de la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar. A partir de allí se daría un tú la traes y córrele porque te pego entre pianista y cantante, y hasta te atreverías a contestarle, fíjate, cantando una parodia de La Habanera, de la ópera Carmen, para hacerle saber que a toda mujer se le respeta. Ibas a ser «La Divina Garza», querida, como le puse al espectáculo que te prometí la vez que estuviste en mi casa, quizá como una forma de consolarte luego de tu llanto rabioso por aquel ingrato del que te habías enamorado. Venido el tiempo supe lo de tu salud, pero soñé que la librarías y continué afinando el guion, y hasta hablé con Hilario Recio para que él fuera el pianista. Así seguí, y una noche te hablé por teléfono para decirte que necesitaba que grabaras partes del texto, que ya David Romero estaba más que listo con el micrófono. Yo quería que te escucharas imitando el tonito de María Félix, ¿te acuerdas que te dije?, pero las cosas empeoraron y nunca pudimos hacerlo. Y aquí me tienes, querida, huérfano de ti y con el guion del espectáculo silenciado. Te juro que cuando me dispuse a escribirte estas líneas, decidí que iba a hacerlo rememorando a la Itzel Navidad luminosa, alegre y parrandera, pero justo en este instante me doy cuenta que no puedo y sigo llorando por ti. Dios santo, hermosa, a cada rato detengo la tecla porque los ojos se me nublan, las lágrimas por mi amada amiga me lo impiden, me interrumpen. ¿Sabes?, jamás supuse que me iba a doler tanto tu ausencia, que me iba a sentir tan desgraciado por tu muerte. Apenas en noviembre me pediste que aligerara «La Divina Garza», que te sentías mermada pero que sin embargo querías hacerla y estrenarla en el bar que tenía Orenda Gerardo. Claro que te dije que sí, que iba a reescribir el guion, quitándole las partes que ocupaban la energía que ya te estaba abandonando. Y mírame ahora: se fueron tres meses desde entonces y ya no te tengo a la mano, maldita sea, te me quedaste dormida y yo no he podido contener el llanto. Ay, Itzel, qué terrible fue el minuto de la despedida, qué contradictorio fue ver descender a mi amiga a su última morada, mientras el teléfono sonaba cada rato con llamadas de amigos felicitándome por mi cumpleaños; y yo les decía: gracias, pero con tono oscuro, sin explicarles a algunos, mientras que a otros sí les decía que no estaba en condiciones de festejar, que te estaba diciendo adiós; y todavía a esta hora, en este instante, no termino por aceptar tu partida. Y lloro. Te imagino, y lloro. Abro el guion en la computadora, y lloro. Veo una foto tuya, y lloro. Tengo el alma enlutada, hermosa. Pero tú no te preocupes, porque esa bronca es mía y de nadie más, son estos ojos traicioneros que por ratos me enceguecen, es este corazón egoísta que te quisiera tener cerca de nuevo, cuando en realidad tú ya tienes la paz que tu cuerpo reclamaba, tú ya saldaste las cuentas con la vida y ahora te encuentras de la mano de Dios. Lo otro, eso que me pasa a mí y a la fila larga de amistades que hilvanaste por años, es por la terquedad fantasiosa y llorona de quererte entre nosotros, de aplaudirte en los escenarios, de ver tu personalidad recia haciendo personajes en las obras de teatro, de compartir la bohemia contigo, y de consolarte cuando te inundaran las corrientes tristes por los desamores. Ya vendrán días que nos apacigüen el desespero. Mientras tanto, hermosa Itzel Navidad, sé feliz y siéntete orgullosa porque sencillamente te queremos mucho. Hasta pronto, linda.