Un mesías que nos salve de la ignorancia

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De vividores o engreídos muchos ya estamos hasta el tope. Eso dije al principio de la gestión de María Luisa Miranda Monreal como titular del Instituto Sinaloense de Cultura (Isic), dándole un voto de confianza en medio de la trifulca que se armó entre los culteranos aldeanos de Culiacán, indignados por el nombramiento de la señora, porque -según- nada más en la capital del estado existía suficiencia intelectual para dirigir el Isic.

Y pues que ya era justo el refresque, porque aquí la burocracia cultural se había vuelto tediosa. A ver si nos resulta buena, concluí; y que intentara no maquillarse el pétreo rostro cada mañana, esto es, que fuera abierta a las propuestas, e incluyente.

MirandaAunque con resultados fallidos en la suma de su gestión, María Luisa Miranda no llegó al ISIC con las fauces abiertas

Cuando completó su primer año de directora, expuse que si quería sobrevivir en el puesto, debía ser condescendiente, y también derribar las paredes que se inventó -para esconderse- mientras entendía el qué esto, Dios mío, cuánta ruina a administrar. A la vuelta de tres años, fue menester indicar que si bien podían asirse en un puño ciertas joyas talentosas del Isic, no existía corona real para adornarse con ellas, y tampoco reino del cual enorgullecerse, en referencia directa a un organismo desdibujado, poniendo como ejemplo el haber apostado esfuerzos y presupuesto en una fórmula glamorosa pero desgastada, es decir, el Festival Cultural Sinaloa.

La señora Miranda, a esas alturas del partido, ya sumaba otras ingenuidades de dirección y decisión, como el hecho de imponer un himno oficial para Sinaloa, simplista y tedioso, que desconoció, pero sin resultados efectivos, el sentir popular que tiene a “El Sinaloense”, de Severiano Briseño, como su canción predilecta, la que se grita en la hora alta de la fiesta, la que se presume y también nos identifica allende las fronteras regionales.

Y tiempo después fue ampliamente criticada por la desaparición de la Biblioteca Gilberto Owen, sin un proyecto aceptable para sustituirla. Falta de oficio, sí, ese era el murmullo que desde los primeros meses empezó a oírse por doquier, en público y en privado. Y mes a mes, año tras año, fue aumentando la desilusión, como justo ocurre en estos días, en los que ya casi nadie alega o señala por carecer de sentido, porque se acaba un sexenio y ha de ser el siguiente quien defina el futuro del Isic, puesto que se acerca la conclusión del gobierno de Mario López Valdez, y con él, el cierre de la gestión de María Luisa Miranda Monreal.

Que se acabe ya, es lo que dicen. Y sí: que se acabe, porque ya no hay propuesta que valga ni tiempo efectivo que la sostenga. Pero hay un aspecto a subrayar, salvo que en fechas por venir se desmienta con pruebas: la señora Miranda no abordó al Isic con las fauces abiertas, no hay indicios sobre una funcionaria que vio al organismo como un botín personal, no se tienen sospechas de corrupción, de desvío de fondos a las arcas privadas. Antes al contrario, asumió la dirección poniendo el dedo sobre situaciones sospechosas de sus antecesores, y justo este es otro de sus pecados, como lo es igual del ejecutivo estatal: toda denuncia de posibles corrupciones quedaron para alimento del morbo, en documentos ocultos y en meros trámites administrativos.

Todavía nadie sabe –y tal parece ni sabrá- qué fue lo que sucedió con todo el equipo tecnológico extraviado que había en el llamado “quinto nivel” del Museo de Arte de Sinaloa, como tampoco Mario López llevó a la cárcel al ex gobernador Jesús Aguilar Padilla, pese al escándalo generado. Digo yo que quien sigue al frente del Isic es una mujer decente, una dama que aceptó el reto de administrar la más importante institución cultural de Sinaloa, aunque con resultados fallidos; y es a ella a quien en estos días le ha tocado celebrar los 40 años de vida del otrora Difocur, mientras algunos ya están arguyendo sobre quién será el mesías que vendrá a “salvarnos” de la ignorancia milenaria, cuando María Luisa se vaya; quién será el arquitecto capaz de diseñarnos un techo para protegernos de la descomposición social.

Como dije una vez, no me creo ninguno de esos alegatos, en tanto siga permeando una concepción aristocrática de la cultura que ignora a las personas comunes y a lo cotidiano de todos los días; que le da la espalda a la vida, fuera del pax de deux o de la última nota de “La Polonesa”, de Chopin. ¿Qué nos puede esperar? Pues quizá un intelectualito guarnecido en su burbuja, alejado del bullicio y de la realísima sociedad. Es que son políticos. Y punto.

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