Ofende tanto abandono y fealdad: Sandoval Bojórquez

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Songo le dio a Borondogo. Borongondo le dio a Bernabé. Y así. En política, como en la canción de Celia Cruz, hay un córrele porque te pego sensacional para hacerse de la candidatura al gobierno de Sinaloa. Cada quien con su cada cual, de acuerdo al color de su partido. Sergio Torres, por ejemplo, en últimas fechas ha andado a pan y agua con tal de no perder tiempo y lograr aparecerse como el gran transformador urbano de Culiacán, ganar prestigio, vender su imagen y que los que resuelven digan que sí, cómo no, el supersónico presidente municipal bien las vale para que sea el número uno del PRI. Por este instituto también hace su lucha Aarón Irízar, a quien recuerdo con respeto cuando en aquella contienda presidencial con Roberto Madrazo a la cabeza, escribí que jamás votaría por el susodicho animal y que incluso quería conocer el nombre del abogado que logró sacarlo del zoológico. Aarón fue a mi encuentro, tendió su mano y dijo: venga, adelante con tu punto de vista. Anda por ahí, además, Heriberto Galindo, amparado con una Fundación reparte cobijas. Por su lado, Daniel Amador atasca de camarones a cuantos se dejan en las playas de Celestino Gasca. Por los linderos del PAS, Héctor Melesio Cuén Ojeda no se ha andado por las ramas y desde hace tiempo levantó la mano. A este hombre también le guardo respeto, porque una vez me comprobó que tenía palabra al sacarme de un apuro para atender al escritor Arturo Pérez-Reverte. Y además soy universitario. En el PAN nunca he confiado, más cuando llevó a ese payaso de Vicente Fox a Los Pinos, y después al tenebrosamente célebre Felipe Calderón, quien sembró de muertos al país. En cuanto al PRD, pues bendito Dios, qué desilusión de partido, con varios de sus miembros enquistados, vergonzosamente, en la nómina estatal. Y yo, maldita sea, acostumbrado a votar por la izquierda. Noroeste 10 11 15Y pues en este Songo le dio a Borondongo, veo muy difuminado a Aarón Rivas Loaiza, persona de mi amistad, aunque aún no le perdono que a nuestro emblemático parque le haya quitado el nombre de “Revolución” para ofrendárselo a Juan Millán. Pero hablaba de Sergio Torres y su afán transformador, como la maquillada necesaria que se le está dando a la plazuela Rosales, y a la espera de que, por las prisas, no suceda lo que en los días de Humberto Gómez Campaña: al paso de los meses, aquello era un reventadero de mosaicos que provocó la hilaridad ciudadana. Pero me quiero detener, y me detengo, en el anuncio de transformación de la avenida Álvaro Obregón, la más simbólica de nuestras rúas, que en su historia tuvo nombres reveladores, entre ellos el de Ermita de San José y Calle del Puente, hasta que la Revolución y los revolucionarios se adueñaron del paisaje urbano nacional. Digo que me detengo en atención a un documento que acabo de leer, signado por el historiador y arquitecto Martín Sandoval Bojórquez, donde refiere el modo pasivo observado respecto al hacer y deshacer de los políticos en cuanto a proyectos de remodelación de la ciudad, donde caben el estadio, puentes, pasos a desnivel y otros espacios, que mira como peculiar muestra de una sociedad donde reinan el dinero y la frivolidad, en menoscabo de principios éticos, culturales y ecológicos. Lo que más le preocupa -y critica con fundamentos-, es la intención de convertir a la Obregón en avenida de un solo sentido, cosa que a mí también me alarma, porque no encuentro ninguna otra vialidad paralela que nos salve de la brutalidad del tráfico, que en sus años pudo ser la Aquiles Serdán, pero ya ahorcada hacia el norte con un puentecito levantado a capricho y por tanto sin visión, sin salida puntual al arroyo natural que desde la prehistoria corre por allí. Embellecer por embellecer, carente de un proyecto de real funcionalidad, sí debería remover a reflexiones y contrapropuestas, porque se trata de nuestra casa y de nuestras calles. Según Sandoval Bojórquez, lo que tenemos es una ciudad despedazada a los cuatro puntos cardinales. “Ofende tanto abandono y fealdad”, ajusta. Sin ser especialista, a mí me gusta cómo se miran el Parque Las Riberas y varios puntos del Centro Histórico. Pero hay de profesiones a profesiones, y Sandoval sabe de lo que habla. Además, no existen las verdades absolutas. Entonces, creo que Sergio Torres debería escuchar más, de tal forma que pueda enriquecer sus intenciones. Y punto.

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