Y sí. Nada más falta que le entre Televisa: sin lugar a dudas, creo que Jorge Ortiz de Pinedo podría dirigir a sus anchas la obra Cúcara y Mácara, de Óscar Liera. Si ha de concebirse nada más el chiste por el chiste, que fue lo que hizo Lidio Sánchez Caro al llevarla a escena con la Compañía Artistas y., de España, pues supongo que para el elenco vendrían muy bien actores como Alberto “El Caballo” Rojas, Polo Polo y Manuel “El Loco” Valdez. Y como el director hizo cuanto quiso con tal de hacer reír al público con un montaje obviamente comercial, a Ortiz de Pinedo quizá pudiera ocurrírsele -para que la cosa se ofrezca más chusca- hacer aparecer a la “madre Expectación” en la persona de Carmen Salinas, y a la “madre Angustias” con la participación de La Chilindrina. Con todo esto quiero decir, y digo, que la Cúcara y Mácara ofrecida en la programación del Festival Cultural Sinaloa fue una tomadura de pelo, una falta de respeto a Liera y una vergüenza para el teatro nacional. Pero pues qué, cuál córrele porque te pego, si en Culiacán se ha permitido que las obras de Óscar se vuelvan producto, alimento vil: la casa donde viviera y que hoy lleva el nombre de café teatro “Cúcara y Mácara”, la genialidad del dramaturgo se convirtió en menú, donde “Camino rojo a Sabaiba”, “El Jinete de la Divina Providencia” y “La Piña y la Manzana” son deshonrosamente pizzas, mientras que “Cúcara y Mácara”, “La fuerza del hombre” y “Las dulces compañías”, nada más y nada menos pasaron a ser ensaladas. He de creer que pronto se extenderá la variedad, de tal manera que los comensales podrán pedir huevos a “La Cuanina”, plátanos fritos a la “Malverde” y pastelillos “Gladys de Villafoncourt”. Santo Cristo, qué sacrilegio, cómo es posible que Camino rojo a Sabaiba, siendo considerada como una de las obras más importantes de la dramaturgia mexicana -junto con El Gesticulador, de Rodolfo Usigli-, se trasponga en una pizza de salchicha de puerco, queso mozzarella y pepperoni. Mas sin embargo, pese a eso, en la ciudad persiste autoridad moral para advertir con agudeza que la obra representada por los españoles fue una transgresión a la esencia crítica del autor, un desconocimiento absoluto respecto a la propia historicidad de Cúcara y Mácara, que por su contenido fue vapuleada a punta de gritos, en 1981, en la ciudad de México, y golpeados salvajemente los actores con tubos y garrotes, mientras que el director, Enrique Pineda, fue a dar al hospital; situación que también vivió el Taller de Teatro de la UAS (Tatuas), en 1984, cuando en Tijuana tuvieron que huir bajo una lluvia de piedras. El crítico Armando Partida (PasodeGato, Conaculta, octubre de 2012) resume en líneas el espíritu de la obra: “El sujeto de la acción dramática de Cúcara y Mácara, no es la desmitificación ni el antiguadalupismo, sino la manipulación, el abuso, la corrupción de la Iglesia como institución, y de sus representantes terrenales alejados de Dios, colmados de vicios y lacras”.Pero todo esto fue difuminado en la propuesta de Lidio Sánchez Caro, donde, por ejemplo, dibujó a un sacerdote gay para que sirviera de payaso, mientras que Liera, esa personalidad, se la adjudicó de forma abierta al cardenal, no por crítica a la homosexualidad o para que fuera el hazmerreír, sino como patente de hipocresía; y en contraparte propuso a un obispo mujeriego; y habrían de ser estos dos personajes los que deberían tejer desde el inicio el conflicto, hasta estallar en el enfrentamiento, pero que con los españoles se dio de súbito, sin progresión, nada más como una escena, casi como las demás, para hacer reír al público. Y terrible la ausencia de tensión dramática, aunque sea una farsa, porque justo la seriedad y la tensión en diversos momentos de la obra (“Señor, te dejo en manos de borrachos”) son los que deberían provocar la hilaridad del auditorio, la apoteosis de la carcajada, el ver representado en escena lo que se piensa pero lo que no se dice. Liera hizo una obra donde lo serio se vuelve cómico, pero Sánchez Caro dio paso al chiste por el chiste. Y hasta ideó al fraile “Elgalberto” como a un personaje audaz, manipulador, cuando Óscar lo concibió como un tonto, exponiendo que hasta un imbécil puede llegar a ser santo. Si se hubiese querido un homenaje a Liera con el debido respeto, nadie mejor que el Tatuas dirigido por Rodolfo Arriaga. Pero no, porque aquí la dramaturgia de Óscar sabe mejor en forma de pizza. Y punto.