EL MACHETE DEL TÍO FILI

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Pues que no, oiga, que no conseguí nada con el numerito, excepto quedar con la ropa llena de guachaporis; y que mi madre, al fracasar en su intento por arrancar cada bolita espinosa con los dedos, finalmente optó por arrojar camisa y pantalón al cesto de la basura. Pero también me quedó el pendiente de machete de don Fili, tal afiladito que estaba, tan buen servicio que nos prestó entre los chiribitales aquellos. Y ni modo. En la revolución siempre se pierden cosas.

Agustín SánchezNo sé si Agustín Sánchez ya me haya perdonado lo del machete de su tío Fili, pues aunque nunca me lo reclamó abiertamente, por años le percibí una mirada inquisitiva. Pero no más. Y es que Agustín era y sigue siendo mi amigo, y juntos iniciamos la aventura de hacernos de un terrenito para cuando ajustara la edad de la independencia, aunque a decir verdad no lo hicimos por los cauces normales, que cuál Infonavit ni nada de que tú la traes, que córrele porque te pego, sino que fue a la brava, en apego a nuestro espíritu revolucionario, con eso de que: anda, tú, pa’llá pa’rriba hay unas hectáreas indómitas, así que afina el buche pa’ gritar vivas a Zapata, porque la tierra no es sólo de quien la trabaja, sino también de quien le quita primero los mogotes.

Y así le hicimos, no sólo Agustín y yo, pues no era menor el grupo de encendidos revolucionarios, sin excepción militantes del Partido Mexicano de los Trabajadores –el de don Heberto Castillo—que nos lanzamos a la conquista de aquellos terrenos. Ya ni me acuerdo quién hizo el reparto de los lotes, pero lo que sí tengo claro es que me tocó Agustín Sánchez por vecino, quien, previsor, le había quitado prestado a su tío Fili un machete para desmontar su dizque propiedad.

A cortar mogotesEra de noche, presente lo tengo yo. Agustín me había facilitado su herramienta para hacerme un clarito entre el chiribital de lote que me había tocado. Y allí andaba yo, dale que dale, zúmbale filo de acero que para eso te inventaron, cuando en esto, oiga, se empezaron a oír voces a lo lejos, gritos que según eran de judiciales exigiendo el desalojo, pero que nosotros, como creíamos que se trataba de bromas, contestábamos con mentadas de madre. Y ya estaba yo construyendo una frase de lo más maternal, cuando de repente se me aparece un gorila de frente con la insignia en el pecho de la Judicial del Estado. Como estaba entretenido con el machete, anda, córtale que te digo, no me había dado cuenta que aquello era un corredero de gente.

Y patitas pa’ qué las quiero: allá voy también dando tumbos entre los mogotes, hasta que agitado me uní al grupo de compañeros que le hacían círculo a las camionetas de la policía. Allí también estaba Agustín, vecino ingrato, que no me avisó como Dios manda del desalojo. Lo vi cargando cobijas, bules de agua; y hasta creo que un gansito Marinela a medio comer se cargaba en las manos. Y si le hacían círculo a los vehículos oficiales, Jesús mío, fue porque ya tenían montada a doña Mary González Apolinar, una de nuestras caras dirigentes en la toma de tierras.

Y se la llevaron. Y como no hay revolucionario que no practique la solidaridad, ideamos el modo de ir hasta las mismas oficinas de la PGE para exigir la liberación de doña Mary. A esta doña le guardábamos respeto. Allá por el año 85, al respeto le uní el afecto al descubrir en ella una mujer de armas tomar, jaladora como pocas. Pues no se me ocurrió una vez hacer una fiesta para sacar fondos para el partido. Y como yo siempre he sido medio loco, incluí la presentación de artistas, pero de a mentiritas. Entre el elenco, dispuse presentar a “Chayito Valdez”.

Chayito Valdez¿Quién –me decía—, quién puede hacer el papel de Chayito Valdez? Doña María vendía mariscos revolucionarios –todo nuestro quehacer era revolucionario— en las afueras del local del partido. Y que le puse atención, que la voy viendo y lueguito me la imaginé vestida al tipo quinceañera, como lo hacía la Valdez en sus mejores tiempos. Y pues le dije. Y que va aceptando. Y que le conseguí un vestido. Y que las noticias avisan de un accidente donde Chayito Valdez quedó invalida. Y que yo quiero que todo sea realista. Y que trato de hacerme de una silla de ruedas. Y que no la consigo. Y que el día de la fiesta veo una carrucha de esas que usan los albañiles. Y que la voy montando en la carrucha. Y que Gilberto Barragán me ayuda a trasladarla hacia el escenario cruzando toda la pista de baile. Y que allí iba la mujer con su vestido de olanes rebosando la carrucha en medio de las carcajadas de los asistentes.

Pero le decía que teníamos que rescatar a doña Mary de las celdas de la Judicial. Como nadie tenía carro y éramos requete revolucionarios, ¡no vamos secuestrando un camión urbano! Y es que el chofer del camión le sacó al veinte, luego de ver las caras resueltas de los insurrectos, casi todos con cobijas y muchos machetes al estilo San Salvador Atenco. Y que comparto un asiento con Agustín Sánchez. Y que de repente fija la vista entre mis pertenencias: “Oye, ¿y el machete de mi tío Fili?” Nada, oiga, que no supe de él en la estampida para huir del gorila de policía que me miró amenazadoramente. “Ni modo, Agustín –le dije—. En la revolución se pierde o se gana”.

Gilberto BarragánMuchos años han pasado desde entonces. Hoy, Agustín y yo seguimos siendo tan amigos y recordamos con agrado aquel incidente. Y rememoramos todo este pasaje con orgullo, no como algunos imbéciles que niegan su pasado, que sienten que determinadas etapas de su vida fueron una pérdida de tiempo, o una vergüenza que se debe ocultar.

Cierta vez alguien me contó de un sujeto se quejaba amargamente del espacio que había perdido en su vida, en referencia a los años en que perteneció a una agrupación política de izquierda. Escuchar eso me provocó una suerte de repulsión, pues detesto o todos aquellos que niegan su pasado, me parecen estúpidos en toda la extensión de la palabra, es decir, atrofiados del cerebro, especimenes huecos, carentes de sentido, sin corazón y sin memoria. Y es que para mí, como para aquel viejo pianista bonaerense que leí en alguna página, justamente la dignidad son los recuerdos. Así de fácil. Y punto.

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